El Bus de la Medianoche

Me senté en la penumbra,

en un bus que avanzaba sin rumbo,

rodeado de fantasmas que llevaban mi sangre.

Y entonces apareció ella,

con sus ojos de esmeralda,

con esa sonrisa que alguna vez me enseñó a respirar.

No dijo mucho.

Solo dos palabras: “Te extraño”.

Palabras que incendiaron mi pecho

como si el infierno hubiera decidido darme tregua.

La besé,

y en ese beso estaba todo lo perdido,

todo lo prohibido.

Sus labios eran regreso,

eran hogar.

Pero alrededor estaban ellos,

los ojos que juzgan,

las miradas que arrancan la piel.

Y mientras la tenía encima de mí,

besos, caricias, fuego,

también estaba la culpa,

el recordatorio de que nada era real.

Desperté con lágrimas,

con el vacío en la garganta,

con la certeza de que aún en mis sueños,

ella me sigue diciendo lo que nunca dirá despierta.

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