
Me encontraste en un mundo oscuro y solo.
Con tu sonrisa, belleza y fuerza, me enseñaste lo que era sentirse deseado, admirado y amado.
Fuiste luz. Fuiste mi hogar. Fuiste todo.
Me diste felicidad.
Y yo, sin saberlo, me aferré a esa luz como quien abraza el sol sin saber que también puede quemar.
Pero luego encontraste un nuevo lugar.
Nuevo.
Excitante.
Diferente.
Y como la lluvia que borra huellas en el asfalto, así me olvidaste.
Saliste de mi vida sin decir adiós. No fue un portazo.
Fueron pasos suaves, casi imperceptibles.
Primero fue el silencio en los mensajes.
Luego, tus ojos dejaron de buscar los míos.
Tus palabras, antes fuego, se volvieron humo.
Y un día, sin darte cuenta, ya no estabas.
Y yo…regresé a la oscuridad de la que juré no volver.
Porque tu luz, esa que creí eterna, se apagó para mí… mientras brillaba en otro lugar.
Porque tu luz —esa que pensé que era mía— ahora brilla en otra parte.
Y en esta sombra donde respiro, me pregunto:
¿Por qué no fui suficiente?
¿Por qué mi amor no sostuvo el tuyo?
¿Por qué buscaste fuera
lo que yo te di con todo mi ser?
Hoy…sólo quedan preguntas.
Soledad.
Y una herida que no sangra, porque toda sangre fue derramada.
Y ojos que no lloran, porque se ha quedado sin lágrimas.
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